Tal vez el mensaje de hoy no sea lo que venían buscando. Les pido disculpas de antemano si al acabar la lectura se sienten defraudados.
Escribo estas líneas desde alguna cafetería en algún aeropuerto. Casi siempre es lo mismo en esta época del año. Sin embargo, esta vez es diferente a las anteriores: no estoy viajando a casa para ver a mi hijo, Santi.
Los últimos cinco o seis años han sido curiosos. Es el tiempo que llevo dedicándome profesionalmente al fútbol. Me ha tocado hacer muchas cosas diferentes en muchos lugares distintos. Siempre alejado del glamour con el que se suele asociar a esta actividad. No me quejo. ¡De ninguna manera! Simplemente me limito a contarles algo de lo que me pasa y de lo que creo haber aprendido.
Siento que en ocasiones nos enfrentamos situaciones que nos ponen a prueba. Estas situaciones se presentan cuando menos lo esperamos en formas que, a veces, son francamente despiadadas.
Es una etapa rara de mi vida, pero este año ha sido el más raro de todos. Por muchos motivos que no detallaré para no aburrirlos. Sólo les diré que a mi hijo, el tipo a quien más quiero en este mundo, he podido verlo seis semanas en todo el 2022: tres a principios de año y tres durante sus vacaciones de verano cuando vino a Nashville para visitarme. Nada más.
Viví cada una de esas ocasiones de manera extremadamente intensa.
Me avergüenza reconocer que no siempre fue así. Acepto que la mayor parte del tiempo que Santi ha estado en mi vida lo he dado por sentado. Me perdí casi toda su infancia. Estuve fuera en muchos cumpleaños. Incluso en alguna navidad. Siempre hubo algún partido por ver, algún congreso al que asistir o alguna otra justificación.
Supongo que a veces la vida tiene que ponernos inesperadamente en una situación incómoda, incluso trágica, para que ganemos perspectiva y empecemos a ver las cosas con mayor claridad. Para empezar a agradecer y a valorar lo que tenemos, lo que nos pasa o a las personas que están en nuestra vida.
Recuerdo perfectamente aquel día de principios del mes de septiembre. Santi acababa sus vacaciones y dejaba Nashville para regresar a su casa. Tuve que acompañarlo a través de los controles de seguridad del aeropuerto hasta la puerta de embarque. Me quedé con él hasta el momento de abordar el avión.
Esos instantes previos a su embarque los pasamos realmente mal. Yo, con un nudo en la garganta de esos que todavía duelen meses después, me contenía. No quería que mi hijo se marchara, pero no había manera de evitarlo, así que intenté hacerle sentir que todo iría bien.
Finalmente, llegó el momento. Un empleado de la aerolínea se acercó a nosotros y nos dijo que era hora. Nos abrazamos. Ante la mirada del empleado de la aerolínea nos dijimos una última vez cuánto nos queríamos y nos íbamos a extrañar. Y nos separamos. Tuve que ver, una vez más, cómo la persona más importante del mundo se alejaba de mí.
En ese instante estaba dividido. Por un lado quería irme a mi casa lo más rápido posible. Por el otro, quería mantenerme cerca de mi hijo tanto como pudiera. Aunque fuese viendo cómo su avión partía. Suena extraño, pero había algo reconfortante en saber que él iba allí adentro. Que aún estaba allí.
Me encontraba ante uno de esos ventanales enormes que hay en los aeropuertos, mirando el avión alejarse de la terminal rumbo a la pista de despegue, cuando alguien me da un golpecito en el hombro. Era el empleado de la aerolínea que había acompañado a Santi hasta su asiento. Me dijo sonriendo que Santi se había quedado bien. Le habían dado un asiento en primera clase.
Hoy me toca a mí partir de Nashville. Casualmente, la persona que estaba en la puerta de embarque de mi vuelo era el mismo empleado de la aerolínea. Al entregarle mi pase de abordar le dije que me acordaba de él y de lo que había hecho por Santi aquel día. De lo que había hecho por nosotros, en realidad. Vio que estábamos en una situación triste y quiso ayudarnos. No tenía por qué haberlo hecho, así como hoy yo no tenía por qué haber hablado del asunto.
Los cariocas tienen una frase para estas cosas: "gentileza gera gentileza". La gentileza genera gentileza. El señor de la aerolínea escaneó mi ticket de embarque, me sonrió, estrechó mi mano y me deseó felices fiestas.
Hoy, desde esta cafetería de este aeropuerto pienso en Santi. Recuerdo el día en que nació y recuerdo con mucha tristeza que no estuve presente durante su infancia. Puede que en alguna ocasión estuviese físicamente, pero incluso en esas oportunidades no estuve presente en espíritu. Andaba demasiado ocupado persiguiendo este "sueño" de futbolista frustrado: ser "entrenador de fútbol profesional". "Vivir del fútbol" y no sé cuántas estupideces más.
Me he comprometido a que este newsletter semanal deje siempre algo de lo que he podido aprender en este camino que he ido recorriendo, que me ha llevado a estar donde estoy y, sobre todo, que me ha hecho quien soy. Contaré las cosas como si se las estuviese explicando al Camilo de hace cinco o diez años. Y hoy les cuento, amigos y amigas, que no hay sueño en el mundo que valga perderse las cosas que yo me he perdido de mi hijo. No lo hay.
Pero no todo son malas noticias. Como siempre, en cada derrota y en cada fracaso se esconde una oportunidad de aprendizaje. Creo haber aprendido mi lección y, aunque no exista forma de retroceder en el tiempo, puedo asegurarme de hacer todo lo que esté a mi alcance para intentar hacer la vida de mi hijo y de todos aquellos que me rodean cada día un poquito mejor.
¡Bueno! La semana que viene les cuento algunas cosas que he aprendido sobre los rondos.
Gracias por estar.
Un abrazo,
Camilo
Muchas gracias por compartir y ser tan transparente.
Estoy con mi hijo de dos meses en casa ahora y no es facil. Pero creo que estar con el y abandonar el resto al menos por ahora es lo mejor que hago.